23.4.11

El extravío de la juventud mexicana*

Hace tiempo que vengo pensando en el viejo discurso de buena parte de nuestra clase política. Primero decían que los jóvenes eran el futuro, y que por ellos había que trabajar. Después, el tiempo de los jóvenes cambio. Ya no eran futuro, sino presente. Ya estaban aquí. En cualquier caso, a nadie nos resulta ajena la capacidad de muchos políticos por justificar sus acciones o argumentar sus promesas con el más grande y falso de los lugares comunes: hagámoslo no por nosotros, sino por nuestros hijos; pensemos en el mundo que vamos a heredar a las próximas generaciones.

Sexenios van, sexenios vienen. Las campañas enfocan parte importante de sus propuestas y de sus actos a los jóvenes. Desde hace casi setenta años existe una dependencia encargada del diseño de la política pública de juventud. Si algún extranjero escuchara todo lo que se dice en torno a la juventud, pensaría que México es el país donde más se apoya a este importantísimo y estratégico sector de la población. Quienes tenemos la fortuna de ser jóvenes mexicanos sabemos cuál es la decepcionante realidad.

La juventud en México está extraviada. Los jóvenes estamos perdidos y no nos encontramos, pero tampoco nos interesa mucho que nos hallen. Gracias a las mentiras de los gobernantes, a las promesas incumplidas, a la falta de generación de opciones educativas y laborales, al desánimo provocado por fenómenos como la corrupción, la crisis económica o la delincuencia organizada, a la exterminación de valores sociales como la honestidad, la lealtad, la solidaridad, gracias a todo ello, los jóvenes queremos que pase el tiempo para dejar de serlo y convertirnos en adultos, esperando que, ahora sí, las oportunidades y posibilidades nos permitan crecer.

Los jóvenes representamos una tercera parte de la población nacional, somos el conjunto humano en el que se puede incidir de mejor y mayor manera para redefinir lo que buscamos como sociedad, pero sobre todo, constituimos el grupo en torno al cual se tienen que realizar las proyecciones sobre el futuro sociodemográfico y económico del país. Y a pesar de todo ello, lo que se hace por la juventud es paupérrimo y francamente contradictorio con el discurso oficial en el que muchos se han montado.

Nuestros gobernantes siguen pensando en el joven como aquél sujeto social que puede y debe esperar porque aún no alcanza la adultez. Muchos continúan con los prejuicios que identifican al joven como un rebelde que va en contra de todo y de todos. El joven mexicano sigue siendo el marginado de las grandes decisiones y el excluido de las soluciones a buena parte de nuestros problemas. Y si el joven no es él, sino ella, y si además es indígena, y si no tiene oportunidades para estudiar o trabajar, para el Estado no hay más que hacer, sino borrarla de las estadísticas de juventud, pues resulta mejor ubicarla como mujer, como indígena o como desempleada.

En este país, los jóvenes son los que estudian, y esta condición se pierde cuando concluyen sus estudios. Si el joven se incorporó prematuramente al mercado laboral, entonces se convierte en empleado. Si el joven no tiene oportunidad de estudiar, pero tampoco encuentra un empleo, entonces el joven es un delincuente, un vago. ¿Y qué hace el Estado para que el joven lo siga siendo y se desarrolle como tal? Nada. Basta con ignorarlo, con barrerlo debajo de un tapete y pretender que nunca existió. Las políticas de juventud en este país se limitan a coyunturas y actividades simplonas como organizar concursos de poesía o fotografía, conciertos, convocatorias para becas académicas o integración de bolsas de trabajo.

A éste país le encanta hablar de sus jóvenes como si fueran piezas exóticas en una exhibición. ¡Tantos que se llenan la boca con la palabra juventud! Y el joven, como siempre, tan jodido como nunca.

* Publicado en los diarios de Organización Editorial Mexicana el 27 de septiembre de 2010.

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