23.4.11

Las pequeñas cosas de la vida*

Son estas, las pequeñas cosas de la vida, aquellas que hacen que el mundo gire. Son los detalles los que permiten recordarnos que somos seres humanos y que sentimos. Son esas acciones diminutas las que nos demuestran que somos únicos, que somos diferentes al resto de los demás. Es lo pequeño lo que, a final de cuentas, termina importando. Una palabra, una sonrisa, un gesto, una lágrima, un suspiro o una mirada. Eso, lo imperceptible, es lo que como personas valoramos y nos hace sentir especiales. Son las pequeñas cosas de la vida las que verdaderamente importan.

Cuando el año está en la etapa final de su agonía, reflexiono sobre lo que como sociedad nos ha pasado. Cuesta trabajo tener que reconocer que hoy no somos mejores que hace doce meses. No lo es el gobierno, no lo es la Iglesia, no lo son los medios de comunicación, no lo son los partidos, no lo somos la sociedad. Sin caer en el pesimismo propio de la nostalgia, hoy no somos mejores que hace un año, y en buena parte ello se debe al olvido en el que hemos dejado los pequeños detalles.

Todas las mañanas del año que termina, cuando manejaba por las calles de la ciudad, me preguntaba por qué el gobierno había decidido que era más importante construir puentes o nuevas líneas del Metro, que pintar las líneas que dividen los carriles de cualquier vialidad. La respuesta que encuentro hoy, igual que todas aquellas mañanas, es que quienes gobiernan piensan que lo importante es lo que puede presumirse como novedoso o magno. ¿Quién les aplaudiría si sólo pintaran líneas, taparan baches o compusieran semáforos? Lo pequeño, los detalles, poco importan porque no dan rédito político.

Y mientras manejaba y reflexionaba sobre el gobierno, escuchaba en la radio algún noticiario, uno distinto cada día para no encasillarme en estilos o visiones. Todos y cada uno de ellos eran distintos, pero ninguno notoriamente mejor que el resto. Cada uno de los medios, lo mismo en radio que en televisión o prensa, encontraba en el descrédito a una persona y en lo negativo de una situación la manera de subir sus niveles de audiencia o vender más publicidad. ¿Quién quiere hablar sobre noticias amables o el reconocimiento a la labor de una persona, cuando el linchamiento parece ser el mayor deseo de la audiencia? Lo pequeño, los detalles, poco importan porque no suben el rating.

Más tarde, cuando revisaba el periódico, encontraba notas sobre partidos políticos a los que más les importaba el ataque que la propuesta. Aún cuando hace tiempo habían olvidado que el poder político sirve para generar mejores condiciones de vida para la sociedad, hasta hace no mucho todavía recordaban que una de sus funciones es la de ganar elecciones y ocupar cargos públicos. Hoy ya sólo sirven para formar alianzas en las que la única coincidencia es el resentimiento hacia un adversario. ¿Quién quiere construir un proyecto que beneficie a todos, si es más rentable destruir y entonces recurrir a la rapiña política? Lo pequeño, los detalles, poco importan porque no ganan votos.

De regreso a casa por la noche, manejando en calles en las que no existen carriles y escuchando noticias sobre muerte, corrupción y desolación, voy pensando en qué nos equivocamos como sociedad que permitimos que lo pequeño ya no sea importante. Cada día vale menos lo imperceptible. Ya no son los detalles lo que hace que el mundo se mueva y que la vida camine.

Sin esa nostalgia que líneas antes negué, deseo que el próximo año volvamos a ver en lo pequeño lo que realmente importa. Una palabra, una sonrisa, un gesto, una lágrima, un suspiro o una mirada han servido para demostrar la importancia que para nosotros tiene alguien más. ¿Y si el próximo año decidiéramos que queremos volver a ver en lo pequeño lo importante? ¿Y si el próximo año nos arriesgáramos a cambiar y a ser diferentes?

* Publicado en los diarios de Organización Editorial Mexicana el 27 de diciembre de 2010.

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