23.4.11

México, 2110*

A más de un mes del “súper domingo” electoral, y teniendo a la inseguridad como escenario permanente de la tragicomedia mexicana, el tema de moda en el país pasa por los festejos del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución. Preocupados por el contenido de estas fiestas y no tanto por el significado de la ocasión, muchos se dejan llevar por aquello que parece más un placebo para la sociedad que el motivo para la reflexión y el pretexto para la reconciliación.

Hoy, pocos han sido los esfuerzos de las distintas instancias y niveles de gobierno que apunten a una introspección seria acerca de lo que somos como país y el verdadero significado de ambas fechas. Sin duda, la más grande aportación ha consistido en los foros organizados por el gobierno del Estado de México en los que se ha discutido el pasado, presente y porvenir del Estado Mexicano y su sociedad. Ojalá que las conclusiones que ahí se alcancen puedan ser traducidas en acciones concretas que permitan consolidar un verdadero proyecto nacional que beneficie a todos los mexicanos.

Sin embargo, es triste tener que reconocer que, fuera de la verbena y el espectáculo mediático que se ha montado, pocos serán los resultados sustantivos que permitan pensar y planear sobre aquello que como Estado queremos alcanzar. Hoy imagino lo que nuestras generaciones futuras pensarán cuando la reflexión los llame a cuentas para celebrar los trescientos años de independencia y el bicentenario de la Revolución Mexicana. Me pregunto si también en estas fechas se incluirán festejos para celebrar el centenario de la inacción y la inoperancia, del aletargamiento de las fuerzas políticas y del conformismo de la sociedad entera.

Cuando era niño y cursaba Historia de México en la primaria y la secundaría, recuerdo que mis profesoras hacían hincapié en la importancia de dos fechas: 1810 y 1910. Casualmente cada una a cien años de distancia, ambas efemérides pasaban por los grandes cambios que habían moldeado la sociedad que entonces éramos y en la que hoy nos hemos descompuesto. Recuerdo también que la fatídica fecha de 2010 se presentaba, cuando menos en las lecciones de salón, como un parteaguas en el destino del país. Se hablaba de dos opciones: un cambio pacífico que nos permitiera recomponer el camino para alcanzar mejores condiciones de vida, o una nueva revuelta armada que rompiera con un sistema que ya se aproximaba a su fecha de expiración.

A varios años de distancia de aquellas lecciones, el país marcha como siempre. No se detiene el tránsito de la vida y no sucede ni una ni otra cosa. Y el asunto no está en el cambio pacífico, pues ese puede esperar sin mayores consecuencias. El problema estriba en la acumulación de odio, rencor y resentimiento que día con día suma nuevos adeptos. Cuando la presión social se acumula y no es liberada mediante válvulas de escape, lo único que puede pasar es un estallido inevitablemente violento.

No se entiendan mis palabras como una convocatoria al rompimiento con el orden establecido. Jamás. No se piense que es una invitación a liberar los sentimientos acumulados y largamente añejados. Nunca. Sólo pienso en lo que los mexicanos del siglo XXII pensarán de nosotros cuando busquen en la memoria histórica el momento que hoy vivimos y las decisiones y acciones que emprendimos. Pienso en el lejano México de 2110, que hoy, tristemente, se antoja muy similar a lo que desde hace años venimos siendo.

Por cierto, en la frivolidad de los detalles, resulta complejo entender la falta de cuidado al hablar de “fuegos pirotécnicos” y no de juegos pirotécnicos o fuegos artificiales para referirse a un espectáculo de pirotecnia. Sin embargo, y ante la falta de un cuidado tan elemental, aplica un dicho alemán que señala que “el diablo está en los detalles”.

* Publicado en los diarios de Organización Editorial Mexicana el 9 de agosto de 2010.

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