23.4.11

La Revolución para ellos*

Hace cien años inició un movimiento que prometía convertirse en un parteaguas en los ámbitos político, social y económico del país. A partir de los intereses antireeleccionistas de Francisco I. Madero, pero también con la carga ideológica de grupos como el Ateneo de la Juventud o los Siete Sabios, y de personajes como los hermanos Flores Magón, Emiliano Zapata o Aquiles Serdán, los revolucionarios plantearon un cambio en la organización del país y en su rumbo. La dictadura de Porfirio Díaz, la concentración de grandes extensiones de tierra en unas cuantas manos, la pobreza extrema y la falta de justicia social, eran algunas de las condiciones que la Revolución y sus principales actores pretendían transformar.

La llegada de Madero a la Presidencia, a pesar de su trágico desenlace, así como el Congreso Constituyente de 1916, fueron momentos claves en el rumbo que siguió México en el siglo XX. En el primero caso, el derrocamiento de un sistema político con los muchos defectos y las pocas virtudes de cualquier absolutismo, permitió un cambio en la clase política que había conducido al país por más de tres décadas. En el segundo, el establecimiento de una nueva realidad basada en derechos para las clases sociales más desprotegidas y la instauración de la pequeña propiedad como base de la economía, permitieron pensar que poco a poco se construiría una sociedad más igual.

Así, con la novel democracia, y partiendo de la necesidad de equilibrar la injusta realidad de la inmensa mayoría de sus pobladores, México empezó a caminar hacia un nuevo destino. La Revolución y la Constitución de 1917 se convirtieron en la esperanza para reducir la enorme brecha de desigualdad entre millones de miserables y decenas de opulentos. Ambas fueron la ilusión de muchos quienes ahí vieron la posibilidad de iniciar una ruta hacia el progreso como sociedad y el crecimiento como individuos. Revolución y Constitución fueron el más bello sueño, la más pura aspiración, de un pueblo que hasta entonces sólo había sido dueña del hambre, la enfermedad y la ignorancia.

A unos días del fastuoso y dispendioso evento que conmemorá el inicio de la Revolución, y en el que privarán los fuegos artificiales, las luces y la música ajena a nuestra esencia mexicana, me pregunto si nuestro gobierno entiende el verdadero significado de la ocasión. Si la congruencia fuera virtud en nuestras autoridades, el momento sería también de reflexión y no sólo de fiesta. Si entre ellos existiera un poco de decencia, la ‘acción’ de su partido sería en beneficio de la sociedad, y no en movimientos políticos y cálculos electorales.

La Revolución costó millones de vidas, y fueron estas vidas las que se transformaron en derechos sociales como educación, salud, seguridad social, protección a los obreros y campesinos, entre otros. Esa Revolución, la del fuego y la sangre, es la que nuestros gobernantes tendrían que recordar. El homenaje a esas vidas no puede ser el de shows y desfiles “para ver en televisión”.

Desde el gobierno se regatea la importancia de apoyar la educación como base del crecimiento del individuo y la sociedad. ¿Pero qué podemos esperar de quien confunde el calendario escolar con el electoral, pues sólo piensa en ser presidente? Desde el gobierno se nos vende como graciosa concesión la cobertura universal en salud, como si no fuera su obligación. ¿Pero qué podemos esperar de quien sólo piensa en gobernar su estado natal antes que en la salud de los mexicanos? Desde el gobierno se utilizan los programas sociales como mecanismo para la construcción de una base electoral rumbo al 2012. ¿Pero qué podemos esperar de quien es el principal operador electoral del partido en el gobierno desde el propio gobierno?

¡Qué fácil seguir ignorando a los olvidados de siempre! ¡Qué sencillo mantener al jodido en la ignorancia, la enfermedad y la desigualdad!

* Publicado en los diarios de Organización Editorial Mexicana el 15 de noviembre de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario