23.4.11

México y sus factores de cambio*

En la vida real, hoy comienza la recta final del actual sexenio. Con los resultados de las elecciones desarrolladas ayer, pero sobre todo tras las ásperas campañas en las que se privilegiaron las descalificaciones y los insultos sobre las propuestas y la reflexión, la relación entre las distintas fuerzas políticas se anticipa, en el mejor de los casos, como ríspida y complicada. Difícil situación en la búsqueda de la construcción de acuerdos.

Con independencia del saldo electoral del que ningún partido político termina conforme, es previsible que a partir de hoy, la interacción entre los partidos políticos y el gobierno federal se vea condicionada por las elecciones futuras: por aquella en la que se elegirá al próximo gobernador del Estado de México, pero principalmente por la presidencial de 2012. Esta afirmación es compartida por muchos analistas e incluso por políticos de los distintos partidos, y el asunto no está en descubrir el hilo negro, sino en las posibilidades que la inexorable realidad nos ofrece.

A lo largo de las siguientes colaboraciones, este espacio presentará un panorama no del conflicto y la sinrazón en la que varios integrantes de la clase política han caído, sino de las deudas y pendientes que poco a poco se acumulan y que representan una oportunidad para comenzar a trazar una nueva ruta a partir del 1º de diciembre de 2012.

Durante varios meses, pero particularmente en las últimas semanas, diversos acontecimientos han hecho que nos planteemos si nuestro sistema político sigue siendo efectivo frente a la realidad social. Aspectos formales, como los contenidos en la Constitución y en las leyes, y aspectos reales, que no son otros que los de la cotidianidad política, social, económica y, sobre todo, cultural de los mexicanos, tendrán que ser cuidadosamente examinados y valorados en cuanto a su validez. Es indiscutible que las cosas no andan bien y que algo tenemos que hacer para mejorarlas. Las soluciones no pueden esperar.

El Estado, como la representación más acabada de la organización política, no es otra cosa que la suma de aspiraciones individuales y colectivas de aquellos hombres que lo componen. El fin de cualquier pueblo es buscar el bienestar de sus miembros para que estos se desarrollen puedan alcanzar sus aspiraciones individuales, pero también el de lograr una armonía colectiva que le permita interactuar con otros Estados. Para conseguir estos fines, los hombres estructuran una organización que servirá como rectora de las acciones que habrán de llevarse a cabo. Hasta aquí una brevísima introducción al Estado y sus fines.

A partir de lo que hemos descrito líneas arriba, caben varias interrogantes cuyas respuestas nos permitirán reflexionar sobre los problemas y necesidades que como sociedad enfrentamos. ¿Tenemos un Estado, gobierno y pueblo, que nos permita realizarnos plenamente como individuos? ¿La suma de nuestros logros personales abona a consolidar un Estado fuerte y vigoroso? ¿El gobierno que tenemos, orgánicamente y no en cuanto a sus integrantes, es eficaz para realizar las acciones tendientes a obtener condiciones de bienestar? ¿El marco jurídico que da sentido y legalidad a las instituciones políticas es el requerido? ¿Somos un pueblo que participa propositiva y activamente, anteponiendo los intereses de la colectividad a los personales? Sin querer generalizar y con ello alcanzar juicios absolutos y por tanto falsos, la respuesta, en todos los casos, es “no”.

Para que un Estado funcione se requiere de acuerdos entre sus miembros. No es el gobierno, con una sociedad dividida y confrontada, el principal responsable de los fracasos. Comencemos, pues, por la reconciliación de la sociedad y la recomposición de su tejido.

* Publicado en los diarios de Organización Editorial Mexicana el 5 de julio de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario