23.4.11

Un gobierno de fracasos*

Gobernar no es cosa fácil. Se trata de una tarea harto compleja que requiere de conocimiento sobre prácticamente cualquier tema que competa a la sociedad, pero que además no sólo depende de quiénes detentan el poder, sino también de aquellos que, desde la oposición, disienten de muchas de las acciones que se realizan desde las estructuras formales del Estado. La de gobernar es, pues, una actividad que demanda de conocimiento, experiencia, capacidad de diálogo y convencimiento, sensibilidad, entre muchas otras cualidades.

Por ello, resulta cuando menos paradójico que quienes hoy nos gobiernan carezcan de las más elementales virtudes con las que cualquier hombre de Estado tiene que contar. Si analizamos a quienes todos los días toman decisiones que afectan a la sociedad entera, nos daremos cuenta que es imposible afirmar que se trata de un conjunto de hombres y mujeres con conocimiento técnico de sus áreas, experiencia en el ejercicio público, apertura para escuchar, capacidad para conciliar y humildad para entender el dolor ajeno. No dudo que existan funcionarios ejemplares que no sólo cumplen con su tarea, sino que incluso lo hacen de manera excepcional. Sin embargo, encontrarlos es más difícil que hallar una aguja en un pajar.

Los ejemplos sobran. Una de las principales características del actual gobierno ha sido la de colocar en puestos estratégicos a personas cuyo único mérito consiste en una relación de amistad con el titular del Ejecutivo. El amiguismo como estrategia para llenar las principales carteras de la administración pública. Ahí está, por ejemplo el caso de Juan Molinar, otrora Secretario de Comunicaciones y Transportes y hoy funcionario del PAN. Molinar es un experto en Ciencia Política, en elecciones y en partidos políticos, pero en materia de telecomunicaciones dudo que tuviera más experiencia que la que tiene un astrónomo sobre literatura inglesa.

O el caso de Javier Lozano, Secretario del Trabajo, quien además de la música, tiene como pasatiempo responder y enfrentar por Twitter a los actores de partidos políticos distintos al suyo. Lozano Alarcón no pierde oportunidad de hacer las funciones de un vocero, al responder a los cuestionamientos y críticas de priístas y perredista, igual en materia de seguridad pública que de combate a la pobreza. Difícil imaginar que con estas actitudes de confrontación y altanería se consiga construir los acuerdos tan necesarios para el país.

Y si hablamos de sensibilidad social, imposible no mencionar las declaraciones del Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, cuando afirmó lo mucho que una familia puede hacer con seis mil pesos mensuales. Pareciera que su paso por la Sedesol no bastó para mostrarle la realidad lacerante de millones de mexicanos que se debaten entre el hambre y la muerte.

Pero para mí, el lugar de honor corresponde al Secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio. Hasta hace unos años, este personaje se ostentaba como el más puro de los ciudadanos. Afirmaba no tener ninguna preferencia partidista, lo que contribuyó a que fuera lo mismo consejero electoral del IFE que presidente del IFAI, dos instituciones públicas donde la objetividad y el apartidismo no sólo son requisitos para ocupar cargos, sino incluso parte de su esencia misma. Hoy, con menos de dos años de militancia, Lujambio se muestra como uno de los más “distinguidos” panistas e incluso sueña con la Presidencia de la República. ¡Y todavía se atreve a hablar de ética y valores! Bendito cinismo.

Y luego se preguntan las causas de sus fracasos. No se dan cuenta que ellos mismos han provocado sus derrotas presentes y las que vienen. Lo malo de todo esto es que, mientras ellos pierden rumbo a las próximas elecciones, nosotros, los ciudadanos de a pie, vamos perdiendo la vida.

* Publicado en los diarios de Organización Editorial Mexicana el 11 de abril de 2011.

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