23.4.11

Los grandes mitos de las alianzas (II)*

Cuando en 2010 se confirmó la mayor aberración ideológica que se pueda recordar en la historia política de México, muchos pensaban que se trataba de la más eficaz estrategia electoral para disminuir la fuerza del Partido Revolucionario Institucional. Pocos repararon en el impacto que las alianzas entre PAN y PRD tendrían para la izquierda mexicana, y empujaban, casi frenéticos, en favor de dicha asociación. Hoy, a ocho meses de distancia, los resultados comienzan a ser perceptibles para toda la sociedad. El PRI no disminuyó en las preferencias electorales, pero en cambio el PRD se debate entre la vida y la muerte.

Las consecuencias de estas alianzas no sólo importan a los ojos de los directamente involucrados. Los efectos que el excesivo pragmatismo ha arrojado son asunto que debe preocuparnos a todos. Más allá de las mentiras propagadas en aquel momento y que hoy quedan al descubierto, de los mitos fantásticos como la supuesta e inexistente integración de gobiernos de coalición, a los mexicanos nos debe preocupar la estrategia que ha iniciado el Partido Acción Nacional y que pone en riesgo la subsistencia de la izquierda organizada.

En esta y las siguientes colaboraciones, intentaremos desmenuzar las causas y los efectos que han tenido, y parece que seguirán teniendo, estos engendros que la ley permite, pero que la sociedad no debe tolerar. En una primera oportunidad habría que señalar que las alianzas por sí mismas no tienen nada de extraño y que incluso son benéficas para el funcionamiento de cualquier democracia. Se trata de un ejercicio en el que se suman proyectos, voluntades y visiones sobre la situación de un Estado. Sin embargo, cuando las alianzas se conforman con la única coincidencia de un enemigo en común, sucede lo que hoy nos pasa en México.

Los señores César Nava y Jesús Ortega, ataviados como paladines de la democracia, decidieron que si el PRI y su principal figura rumbo al 2012, Enrique Peña Nieto, estaban tan altos en las preferencias electorales, lo ideal sería atacar para intentar destruir un gran proyecto político, en lugar de construir a partir de sus visiones sobre el futuro que se requiere para el país. Y como lo principal era derrumbar al PRI y a Peña Nieto, poco importaba si para lograrlo había que juntar el agua con el aceite. Así pues, las alianzas entre PAN y PRD, como los mentados paladines de la democracia sostuvieron en su momento, tuvieron como causa principal el intento para frenar el crecimiento que en las preferencias electorales estaba logrando el PRI.

Poco tiempo después, y frente a lo impúdico que era argumentar una alianza con el único objetivo de disminuir la fuerza de un partido político, se crearon mitos fantásticos por ilógicos e inverosímiles. Se dijo que las alianzas servirían para derrocar cacicazgos históricos a partir de la integración de gobiernos de coalición, donde se incluirían a todas las fuerzas políticas participantes en ellas. Hoy, con los tres gobiernos aliancistas formalmente en el poder, Sinaloa, Puebla y Oaxaca cuentan con gabinetes formados, mayoritariamente, por militantes priístas. Incluso, en Oaxaca no encontramos secretarios del gobierno estatal emanados de Acción Nacional, como en Puebla no los hay de formación perredista.

Así pues, no es difícil empezar a observar cómo las alianzas entre PAN y PRD fueron una ocurrencia boyante del pragmatismo que caracteriza a políticos sin valores ni principios. Con el odio hacia el PRI como única coincidencia, y mediante mitos geniales que hoy se comprueban más falsos que una moneda de tres pesos, el PAN y el PRD han intentado engañar a la sociedad.

En las próximas colaboraciones analizaremos cómo las alianzas, en lugar de debilitar al PRI, han puesto en riesgo la viabilidad del PRD y de buena parte de la izquierda institucionalizada del país.

* Publicado en los diarios de Organización Editorial Mexicana el 7 de marzo de 2011.

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